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A sólo 30 kilómetros del mar, la línea
de crestas meridional de Peña Lusa marca la separación entre
Cantabria y Burgos (figura 1). Sus cumbres calizas, de aspecto caótico
aunque elegante, destacan entre la contundente pesadez de las montañas
circundantes y forman parte de una barrera natural que delimita la franja
oceánica septentrional y el inicio de la meseta castellana, al sur.
Al igual que otras cumbres próximas (Castro Valnera, 1718 m; Picón
del Fraile, 1632 m), la peña Lusa, con sus 1572 m de altitud, recibe
directamente las imponentes masas nubosas que provienen del Atlántico.
La vertiente cántabra es lluviosa y registra un buen número
de días brumosos (la terrible «oruna» u «orbajo»
de la región). La nieve suele perdurar hasta la primavera por encima
de los 1000 m.
El macizo de Peña Lusa contemplado desde las cabañas de La Lunada (vertiente burgalesa).
La vertiente burgalesa del macizo, abrigada de las nubles,
recibe menos lluvias y se muestra mucho más acogedora. En días
de mal tiempo en Cantabria, no es raro franquear el portillo de la Sía
en mitad de una espesa niebla y, enseguida, descender hacia Espinosa bajo
un sol radiante. La imagen de las nubes atrapadas y desbordando por encima
de la línea de cumbres es subyugante.
Las condiciones físicas y climáticas reinantes en Peña
Lusa confieren a las cavidades de esta montaña de altitud modesta un
encanto particular: agua glacial, corrientes de aire violentas y temperaturas
que oscilan entre los tres y los seis grados centígrados.
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